Vino a posarse delicadamente sobre su boca. Sólo un tímido pestañeo, escondido tras las gafas, delató su vuelo. Sin decir nada, lo escondió. Más tarde jugaría con él, lo desenvolvería con cuidado para que no echase a volar. Era suyo, lo guardaría celosamente para sí.
Y lo abrazaría, aunque nunca llegase a saber el nombre de aquel viajero con
gafas que se había sentado frente a ella dos estaciones antes de la suya.