martes, 14 de abril de 2015

EN UN PRINCIPIO...



(www.dunev.com)



“En un principio era el Verbo…” nos dijeron. Y nos lo creímos. Y que dijo el Verbo: “hágase esto y lo otro”, y se fueron haciendo esto y lo otro. Así fue.

El Verbo era poderoso, imaginativo incluso, por más que algunas veces se distrajera un poco, pero se cansó de “decir” todo el rato. Entonces nos cedió la Palabra, y la hicimos nuestra, primero con timidez y temor pues era algo poderoso que no sabíamos muy bien cómo utilizar; luego, ya confiados, la acogimos hospitalarios, pues “muchas cosas se inventan los aedos”. Las usamos. Creábamos frases nuevas y moldeábamos mundos a nuestro antojo, crecíamos poco a poco, entre todos, juntando una palabra con otra y otra. La palabra se hizo Logos, que era Eros. Así fue.

Pero algo pasó en algún momento. Algunas palabras se quebraron, se fueron debilitando, borrándose poco a poco hasta ser casi irreconocibles. Enmudecieron los aedos, y otros ocuparon su lugar: se llamaron a sí mismos “los Portadores de la Palabra”. Y el miedo se adueñó de nuestras gargantas pues eran otros los que hablaron por nosotros, pues nadie se atrevía a contradecir a los Portadores de la Palabra. Sucedió entonces un tiempo oscuro y seco, y el olor frío y acre de la muerte fue envolviendo las palabras. La palabra se hizo Espada, que era Cruz.

Tuvo que pasar un Tiempo hasta que la Palabra se atrevió a cruzar el límite impuesto por los Portadores de la Palabra. Quería salir a la plaza, ser Verbo otra vez. Cambiaron los aedos antiguos su cayado peregrino por las Luces y se batieron en barricada militante. La Palabra abandonó la melancolía y se cubrió de alegría. Quería ser Verbo, otra vez.

Ahora la Palabra habita entre nosotros de nuevo. En el silencio místico de lo que no tiene nombre ni significado, en lo que no podemos decir. Así es.