Conversación ficticia entre un pedante perdido entre los dilemas de la existencia, y tú, por ejemplo, que pierdes el tiempo leyendo esto (anda, no leas más, vete al cine, o al Retiro, o a ligar, o…)
Ah! ¿Sigues ahí mirando con cara de pánfilo? Bueno, tú mismo…
“Era una tarde como otra cualquiera de un jueves, o sea, sin nada especial; paseaban. Él era delgado (desgarbado más bien), sin gafas pese a su autobombo de intelectual; dedicaba su tiempo vital al séptimo arte -le gustaba decir, a él- (aclaremos: trabajaba en la taquilla de un cine famosillo del centro de Madrid); no era vegetariano; tampoco padecía ninguna enfermedad grave; tenía una madre que le quería, dos sobrinos que le pedían entradas para alguna sesión cinéfila, dos geranios y dos exnovias a las que invitaba a cenar crêpes algún viernes que otro en Malasaña; no tenía vida sexual propiamente dicha -el PlayBoy no cuenta-.
Tú (o sea el esforzado valiente que lees esto) eras rubia, tipo nórdico (cada uno se imagina al otro como quiere); tampoco tenías ninguna enfermedad grave; no tenías geranios; dudabas si hacerte vegetariana o no, por un documental que habías vista la otra noche en La 2 sobre la producción industrial de carne”.
Hasta aquí de los contertulios. Veamos qué decían:
- Me preguntas por Husserl, por la conciencia, no?, mientras clavas tu pupila azul en mi pupila y todo eso…. Pufff!!! Husserl!!!! Venga, va… aunque te advierto noblemente que no sé casi nada del tal individuo, usease que esto será más bien una pobre improvisación, según me soplen las divinas Musas. ¿Nos sentamos ahí y nos tomamos una cañita?
- Vale
- Bien, vayamos por partes como dijo Jack el Destripador remangándose y poniéndose a la tarea. Empecemos por el padre de todas las charlas sobre la conciencia, la autoconciencia y demás familia metafísica, o sea el inefable Monsieur Descartes, D. Renato. Tomemos su charla sobre el cogito…
- Pues dos cañas, por favor, gracias. Sigo, estaba con el cogito… pues una y otra vez me asombra el fenómeno del sueño, ¿qué pasa ahí? No lo entiendo. La conciencia se extingue, y desaparece todo cuanto constituye mi yo. Pero continúo existiendo. Puedo dormir bien o mal, tener sueños fabulosos o pasarlas moradas con tremendas pesadillas, y por la mañana aún conservo un cierto recuerdo de las vivencias nocturnas. En el sueño ocurren a su vez cosas sin mi conocimiento y sin recuerdo alguno, y sin embargo es evidente que las origino yo mismo: sin registrarlo percibo en el sueño cómo los musculitos de mi cuello, pongamos por caso, amenazan con un estiramiento excesivo sobre la almohada, y muevo después los hombros, la cadera, las piernas… hasta que encuentro una posición más cómoda; sé reaccionar con los movimientos necesarios. Puedo realizar, asimismo, sin controlarlas de una manera consciente, actividades muy complejas, las cuales parten de mí, aunque yo no las piense. Diría más: tengo experimentado –yo mismo en mi mismidad- que determinadas series de movimientos pueden incluso irse al garete si pretendo hacerlas de forma consciente. ¡Pero, entonces, joder! ¿quién soy yo? ¿qué son realmente el yo y la conciencia? Nos pregunta un tanto perplejo y bastante cabreado el señor Renato….
- Ajá!?
- Bien, en contra de supuestos anteriores, y dejemos al margen las metafísicas extramundanas que necesitan un más allá para justificar un más acá, vale?, y sigamos entonces, y yo el primero, por la senda constitucional, y tengamos por seguro que soy algo, incluso cuando no se da la conciencia; aunque es evidente que, para mí mismo, sólo existen para mí sólo existen en mí los aspectos a los que en cada caso apunta MI conciencia. Pero lo verdaderamente importante es esto –mira como atruenan las Musas, escucha-: tan sólo aquellas partes que están presentes en mí subyacen a la influencia de mi voluntad; únicamente en ellas soy un hombre libre, únicamente en esos pequeños oasis de la conciencia florece algo de la autodeterminación, la responsabilidad y la grandeza de mi verdadera persona –mira, escucha: ahora las Musas han empuñado los violines y es que no paran, oyes!-. Pero esto es una idea deprimente y al mismo tiempo consoladora, según se mire: yo no soy más que una tentativa de conciencia entre búsquedas, desplazamientos y tanteos en medio de mi propio desierto… Mi conciencia es un pequeño jardín entre las arenas movedizas de la ignorancia, un estado transitorio, indefinido y flotante. No es nada fijo, ni una cosa entre cosas; pero sí es un ser, que se hace en la medida en que se enfrenta a sí mismo y en tanto que se entrega a otro ser de igual disposición…
- Esto, perdona, ¿pedimos otra caña y, a lo mejor unas bravas?
- Vale ¡Bien por las bravas!
- Camarero, por favor: otras dos y una de bravas!
- Bueno, pues mientras nos traen el bebercio y el comercio… pues tenemos que hacer un poco cucurucho que no te escucho con el Renato en cuestión y fijarnos en una cosita… y es que con la conciencia pasa lo mismo que con la salida y la puesta del Sol: las cosas existen, con independencia de si es de día o de noche; pero, para nuestros ojos bonitos, todas las cosas existen únicamente a la claridad de la luz, y se nos escapan tan pronto como cae el crepúsculo. Exactamente igual emite mi conciencia un juicio sobre las cosas, en la medida en que las ilumina –y gracias al cucurucho, si te fijas, hemos dado esquinazo a eso del solipsismo, sin tener que coger puentes raros- … Ahí, justo es reconocerlo, el Husser estuvo fino filipino con lo sentido y tal, no crees?
- Puesss, si, supongo…
- Vale. Entonces… Ah! Gracias!, las cañitas, ¡salud camarada!
- ¡Salud! ¡y viva Husserl!
- No tan deprisa. Verás. Quién soy yo, que toma conciencia de sí mismo en medio de la oscuridad, depende evidentemente de la perspectiva con la que yo “ilumino” y contemplo las cosas y mi propia situación en él: ahora vámonos a la playa… el sol, las olitas con su cresta de espuma como los días… mi propio punto de vista decide cómo la luz del Sol se refleja en esas olitas tan graciosas; ahora nos volvemos a casa, al apartamento… ¡que cielito lindo tan chuliguapi!... el sol otra vez, las nubes… y yo “quiero” ver playa imposibles que flotan en el cielo, con ensenadas fabulosas… ves? Si?). Por otra parte, sin embargo, yo mismo estoy remitido a un determinado punto de la contemplación, que yo no puedo elegir. Estar aquí y ahora, y en espera de la muerte –Oh! Heidegger terrible, Martín de mis entretelas, tú también, hijo mío, me traes a la Historia?- son cosas que en buena medida yo no he elegido; pero evidentemente ése es justamente el destino que me pertenece, y la manera en que lo vivo y configuro decide a la vez quién voy a ser para mí mismo y para el resto de los colegas de todos los tiempos… ¿te has dado cuén, nén? Se nos ha colado Federico, el del bigotón y la sífilis galopante -¿sabías que no se comió un colín el pobre?- yo no quería, palabra, pero las Musas son la Musas, y si ellas lo dicen pues será por algo, no?
- Pues si, no vamos a discutir con ellas, que son tan listas, no? Camarero, otras dos cañas… mejor, dos jarras!...
(To be continued... otro día, jo!)
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